En sus días buenos, José María González Barea, Currito, era un torbellino capaz de repartir tropecientos abrazos por segundo, asar unas sardinas con mano de santo y ponr en ebullición la imaginación de su azotea, la misma donde floreció, allá por 1995, la idea de crear el Club de Amigos de la Boina junto con otro bilbaino de raza, Alfredo Amestoy.
La idea germinó tanto el en el restaurante de la Casa de Campo como en Villa Esperanza, el histórico edificio de Santurtzi donde aún se mantiene en pie, por obra y arte de su hijo, Emilio González, el legendario restaurante.
Los primeros lunes de cada mes, caigan rayos y centellas o luzca un sol resplandeciente, una considerable representación del centenar de socios se reúnen a comer en ese sacrosanto lugar. Es una tradición imperdonable, es decir, a la que no tiene perdón de Dios faltar.
Así se ha mantenido durante los últimos dieciseis años y así se sostendrá mientras no falte el aliento, siempre con el himno del club - "Se pasea por Madrid/un vasco muy pintoresco,/que no luce en la cabeza/ni chistera ni bombín:/es Currito, el de Santurce./Todo bondad y alegría./cónsul pleniponteciario/ de nuestra gastronomía./ Por todo el mundo, suele viajar/ con una prenda muy singular/ boinas, las llaman en Japón,/ pero txapelas en Euskadi son./Trala larala..."- como banda sonora.
No es un club a la francesa, ni una orden religiosa, ni una sociedad secreta, así que la idea ha prendido. Ayer mismo se pudo ver el resplandor de su última llama, cuando alrededor de mujeres constituyeron el primer Club de Amigas de la Boina de Bizkaia. Tocadas con txapelas negras y azules, llegaron al restaurante al son del txistu y el tamboril de Mikel Bilbao y Ander Egaña. A la puertas les aguardaban el propio Emilio y Pablo Vélez, actual presidente del Club de la Boina. Una sartenada de rabas y pimentos verdes fritos abrió su apetito, mientras ellas inmortalizaban la fundación del club junto al viejo Curro de bronce que recuerda al genial cocinero.
La comida de apertura, servida por Emilio González, Marisa Moreira y Roberto Vázquez, fue de chuparse los dedos -sin señalar; algunas lo hicieron...- y de ella disfrutaron Juli Soto, viuda de Currito y Hermana Mayor de la cofradía, Begoña Urruela, primera presidenta; las hermanas María Antonia, Lourdes y Nerea Fernández Barea; Mari Carmen y Ana María Sesumaga; Marisa Menoyo, Raquel Morales, Carmela Gaminde, Begoña Germán, Itziar Ersao, Merche Corella, Garbiñe Pereiro, Mila Larizgoitia, Gema Pérez-Arráiz, Josebe León, Mari Ángeles Martínez, Reden Martínez, Begoña García, Conchi Martínez Unzueta, Mariví Martín, Blanca Villegas, Maite Barquín, Mari Carmen Hernández, Begoña Vázquez, Esperanza González Barea, María Jesús Sánchez, Marisol Mendicote, Chari Soto y un buen número de acérrimas defensoras de la memoria de Curro y del disfrute, que todo cuenta.
La idea germinó tanto el en el restaurante de la Casa de Campo como en Villa Esperanza, el histórico edificio de Santurtzi donde aún se mantiene en pie, por obra y arte de su hijo, Emilio González, el legendario restaurante.
Los primeros lunes de cada mes, caigan rayos y centellas o luzca un sol resplandeciente, una considerable representación del centenar de socios se reúnen a comer en ese sacrosanto lugar. Es una tradición imperdonable, es decir, a la que no tiene perdón de Dios faltar.
Así se ha mantenido durante los últimos dieciseis años y así se sostendrá mientras no falte el aliento, siempre con el himno del club - "Se pasea por Madrid/un vasco muy pintoresco,/que no luce en la cabeza/ni chistera ni bombín:/es Currito, el de Santurce./Todo bondad y alegría./cónsul pleniponteciario/ de nuestra gastronomía./ Por todo el mundo, suele viajar/ con una prenda muy singular/ boinas, las llaman en Japón,/ pero txapelas en Euskadi son./Trala larala..."- como banda sonora.
No es un club a la francesa, ni una orden religiosa, ni una sociedad secreta, así que la idea ha prendido. Ayer mismo se pudo ver el resplandor de su última llama, cuando alrededor de mujeres constituyeron el primer Club de Amigas de la Boina de Bizkaia. Tocadas con txapelas negras y azules, llegaron al restaurante al son del txistu y el tamboril de Mikel Bilbao y Ander Egaña. A la puertas les aguardaban el propio Emilio y Pablo Vélez, actual presidente del Club de la Boina. Una sartenada de rabas y pimentos verdes fritos abrió su apetito, mientras ellas inmortalizaban la fundación del club junto al viejo Curro de bronce que recuerda al genial cocinero.
La comida de apertura, servida por Emilio González, Marisa Moreira y Roberto Vázquez, fue de chuparse los dedos -sin señalar; algunas lo hicieron...- y de ella disfrutaron Juli Soto, viuda de Currito y Hermana Mayor de la cofradía, Begoña Urruela, primera presidenta; las hermanas María Antonia, Lourdes y Nerea Fernández Barea; Mari Carmen y Ana María Sesumaga; Marisa Menoyo, Raquel Morales, Carmela Gaminde, Begoña Germán, Itziar Ersao, Merche Corella, Garbiñe Pereiro, Mila Larizgoitia, Gema Pérez-Arráiz, Josebe León, Mari Ángeles Martínez, Reden Martínez, Begoña García, Conchi Martínez Unzueta, Mariví Martín, Blanca Villegas, Maite Barquín, Mari Carmen Hernández, Begoña Vázquez, Esperanza González Barea, María Jesús Sánchez, Marisol Mendicote, Chari Soto y un buen número de acérrimas defensoras de la memoria de Curro y del disfrute, que todo cuenta.
En DEIA, por Jon Mujika
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